Por: Natalia A. Bonilla Berríos
Llena el tanque pero promueve el hambre.
El biocombustible se deriva de componentes de la naturaleza vivos o desechos. Es visto como una alternativa para frenar los estragos de la contaminación ambiental por el uso desmedido del petróleo. Si es cierto que no hay un aumento neto de gases dirigidos al efecto invernadero, sí contribuye a la ruina ecológica.
Implica más deforestación y a consecuencia, reducción de alimentos para los pueblos. El reporte del 2005 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) advirtió que 47 países afrontaban escasez de alimentos y 36 de ellos, necesitaban ayuda inmediata.
Una diversidad de factores aportan a la diáspora de la crisis que ya dejó de ser tema del tercer mundo. El alza de precios en la dieta diaria se debe a las extensas sequías, el incremento en el costo del petróleo, el cambio en las costumbres alimenticias de China y entre otras, el consumo de biocombustibles.
La inestabilidad política se ha comenzado a sentir. El ex-líder cubano, Fidel Castro, ha atacado la revolución energética denominándola un “genocidio silencioso contra los pobres”.
El etanol y el biodiesel agravan los problemas energéticos existentes, no los soluciona. No traen consigo un plan a largo plazo para recompensar el daño a la materia prima ni mucho menos, ofrece opciones para mermar el fantasma de la hambruna en países subdesarrollados.
Aunque no hace falta irse muy lejos, en Puerto Rico el arroz, comestible internacional, ya ha subido de precio.
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